ESCENAS DE UNA FIESTA ROTA
En 2012 estaba conversando con una amiga y tuve la sensación de que mi boca, al hablar, hacía gestos extraños. Esos gestos no eran míos y no podía detenerlos. Pensé que mi boca estaba actuando. Después pensé que en nuestras vidas cotidianas nos llenamos de pequeñas actuaciones, y comencé a preguntarme si podía vivir sin actuar. ¿Existe la espontaneidad por debajo de las máscaras y las poses que usamos para comunicarnos en este mundo tan lleno de imágenes, ideas, protocolos y formas de comportamiento? ¿Cómo es que las normas y leyes sociales estructuran nuestros modos de vida? Y en el fondo, la pregunta: ¿Hay algo debajo de las máscaras?
ESCENAS DE UNA FIESTA ROTA
En 2012 estaba conversando con una amiga y tuve la sensación de que mi boca, al hablar, hacía gestos extraños. Esos gestos no eran míos y no podía detenerlos. Pensé que mi boca estaba actuando. Después pensé que en nuestras vidas cotidianas nos llenamos de pequeñas actuaciones, y comencé a preguntarme si podía vivir sin actuar. ¿Existe la espontaneidad por debajo de las máscaras y las poses que usamos para comunicarnos en este mundo tan lleno de imágenes, ideas, protocolos y formas de comportamiento? ¿Cómo es que las normas y leyes sociales estructuran nuestros modos de vida? Y en el fondo, la pregunta: ¿Hay algo debajo de las máscaras?
ESCENAS DE UNA FIESTA ROTA
En 2012 estaba conversando con una amiga y tuve la sensación de que mi boca, al hablar, hacía gestos extraños. Esos gestos no eran míos y no podía detenerlos. Pensé que mi boca estaba actuando. Después pensé que en nuestras vidas cotidianas nos llenamos de pequeñas actuaciones, y comencé a preguntarme si podía vivir sin actuar. ¿Existe la espontaneidad por debajo de las máscaras y las poses que usamos para comunicarnos en este mundo tan lleno de imágenes, ideas, protocolos y formas de comportamiento? ¿Cómo es que las normas y leyes sociales estructuran nuestros modos de vida? Y en el fondo, la pregunta: ¿Hay algo debajo de las máscaras?
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OBRAS
Bio en 100 palabras
Si tuviera que contar mi vida en cien palabras, elegiría una imagen, una anécdota, un rincón.
Nombraría el balcón desde donde lanzaba aviones de papel, el gato enterrado en el parque de la casa de verano, los caballos. Mis paseos solitarios a la mansión en construcción, mi tema con las paredes, detalles y momentos, arbitraros o significativos.
¿Contar? Creo que no contaría el sueño recurrente en que el muelle de pescadores se caía a pedazos, ni la noche en que decidí estudiar cine, la tarde en que decidí jugar a ser escritor, la mañana en que decidimos reescribir la historia.